No Se Pierde Nada

“No se pierde nada”, dijo el estudiante recién ingresado a la carrera de Administración de Empresas del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Felipe Ángel Montemayor Roel (nac: 07/Feb/1928, Monterrey, Nuevo León, México). Su idea de obtener una licenciatura cambió repentinamente luego de leer un anuncio del Club de Béisbol de Monterrey en un periódico local. En éste se convocaba a jóvenes de la región para probar su suerte en el profesionalismo deportivo.

“No se pierde nada”, se repetía Felipe a sí mismo, mientras se dirigía al campamento de pruebas, donde fuera minuciosamente evaluado durante tres arduos días antes de recibir el visto bueno del tradicional club de béisbol y de ser firmado por él. “Obviamente me costó una bronca con mi padre, pero gracias a Dios me fue bien”, recordó Felipe con nostalgia en sus ojos muchos años más tarde.

Cuando comenzó la temporada de 1948, el Monterrey tenía como gran estrella al primera base Manuel Magallón – de quien ya hemos hablado con anterioridad –, por lo que Felipe tuvo que conformarse con ver acción desde la banca, esperando su gran oportunidad de destacar en esta posición. En ese año, la Liga Mexicana de Béisbol comenzó a tener problemas con algunos equipos y los cuatro que quedaron se fueron a jugar a la capital, donde Felipe fue asignado al jardín izquierdo, comenzando a destacar en el bateo.

Las habilidades del joven no pasaron desapercibidas por el llamado ‘Príncipe de Belén’, el gran Lázaro Salazar, quien lo impulsó para que tuviera un papel protagónico en el equipo. Y no se equivocó. El regiomontano demonstró con creces su calidad, misma que fue confirmada por Liga Mexicana de Béisbol con el reconocimiento al ‘Novato del Año’ de 1948, al batear con un porcentaje de .330. Como era de esperarse, el joven pelotero continuó con Monterrey al año siguiente (1949).

Este logro le abriría también las puertas a la Liga de la Costa del Pacífico, donde Salazar se hacía cargo de los Cañeros de Los Mochis. El equipo armado por el manager cubano estaba colmado de estrellas de la talla de Booker McDaniels, Marion Thomas, Guillermo ‘Memo’ Luna, Indian Torres, Marvin Williams y ‘Molinero’ Montes de Oca. Allí, Felipe alternó junto con Lázaro Salazar y Felino Cárdenas en la primera base. La novena quedó en cuarto lugar – a 10 juegos del campeón Culiacán –, pero aún así se distinguió por ser el líder de bateo colectivo en esa temporada.

Fue en 1949 durante su estancia en Los Mochis que Felipe conocería al amor de su vida, la Srita. Carmelita López García, con quien se casó un 10 de abril de 1950. “Mi papá, que era abogado, no quería a Felipe”, confesó su esposa en la entrevista publicada por el diario regiomontano Hora Cero. “Mis amistades tampoco lo veían bien”. Esto debido a que entablar un noviazgo con un pelotero era mal visto por la sociedad de los años 40 del siglo pasado.

Fue en la Liga de la Costa donde Felipe fue identificado por scouts de los Estados Unidos, quienes lo firmaron para jugar con las Águilas de Mexicali de la Sunset League en 1950. Sin embargo, existió una controversia con los Sultanes de Monterrey. “En Monterrey nos habían corrido un mes antes de que terminara la temporada de 1949 y pensé que [yo] estaba libre… En abril de 1950 me reporté con Mexicali y como a las dos o tres semanas de estar jugando, llegó una orden […] de que no podía jugar porque me estaba reclamando el Monterrey… Ellos convinieron y negociaron la compra de mi contrato en 6 mil dólares. Por cierto, nunca me dieron mi parte”.

En el Mexicali de 1950, Montemayor vio acción en 122 juegos, con 161 hits en 505 turnos al bat (.319) y produciendo 20 jonrones. Con tremenda actuación, el equipo Mexicali lo vendió a la organización de los Piratas de Pittsburg por 18 mil dólares en marzo de 1951, quienes lo enviaron a su sucursal de Nueva Orleans con los Pelícanos de la Southern Association – clase AA –. El salto de nivel C a AA fue difícil, pero a pesar de ello, Montemayor bateó para un aceptable .276 en 1951 (136 hits en 491 turnos), .281 en 1952 (122 hits en 433 turnos) y .235 en 1953 (61 hits en 259 turnos).

En Nueva Orleans, Montemayor conoció a Bobby Maduro, quien lo contrató para llevárselo a Cuba con el equipo Cienfuegos durante el invierno. Curiosamente, los Piratas entrenaban en esa isla y ésto le sirvió para socializarse y entrenar con ellos. Un año más tarde, Montemayor pasaría a los libros de historia del béisbol mexicano, al convertirse en el sexto pelotero nacido en México en entrar a Grandes Ligas y el primero en debutar en un Opening Day.

El día fue el 14 de abril de 1953, fecha en la que los Piratas de Pittsburg se enfrentaron a los Dodgers de Brooklyn – donde figuraban beisbolistas como ‘Pee Wee’ Reese, Duke Snider, Jackie Robinson, Roy Campanella, Don Thompson y Gil Hodges – en el mítico estadio Ebbets Field de Brooklyn, Nueva York. El juego llegó a la mitad de la novena entrada con ventaja para los Dodgers por 8-4. El lanzador de Brooklyn y ganador del premio al Novato del Año de 1952, Joe Black, no logró engañar a Dick Cole, quien se le coló a la primera base con cuenta de 4 bolas y 1 strike. Luego llega el turno de Montemayor, quien entra de relevo para el pitcher Johnny Hetki. Con cuenta de 2 strikes y una bola, Montemayor conecta en un cuarto intento un flyball que es interceptado por Don Thompson. El juego terminaría con marcador de 8-5 a favor de los Dodgers.

Montemayor comenzó de forma muy modesta con Pittsburg, pero con el paso del tiempo se fue aclimatando. Su primer homerun fue contra los Gigantes de Nueva York, pero lamentablemente no contó. “Tuve ganas de llorar, porque se suspendió el juego en la cuarta entrada por lluvia. Era […] contra Rubén Gómez, y fue un jonrón de tres carreras”. “En los pocos juegos que jugué, recuerdo un domingo contra los Cardenales cuando bateé dos jonrones, uno en cada juego. Yo pensé que estaban empezando a tener más confianza en mí, pero no fue así y me bajaron a triple A”.

Montemayor siguió su paso por Charleston (1955) y Nueva Orleans (1954, 1955) antes de recibir una segunda oportunidad con los Piratas de Pittsburg en 1955 – misma que se ganó después de su impresionante campaña con los Pelícanos en el ’54, bateando para .309 y con 24 jonrones –. Con los Piratas de 1955, bateó para .211 en 36 juegos y con OPS+ de 86. Sin embargo, los Piratas lo cambiaron a los Tigres de la Ciudad de México. Según Enrique Kerlegand, Tomás Herrera le preguntó a Montemayor sobre la razón del cambio. “No sé, sólamente me dijeron que me bajaban. Antes de viajar me dijo un compañero que era para darle oportunidad a un negrito”. Ese negrito resultó ser nada menos que Roberto Clemente.

Con los Tigres, Montemayor bateó para .300 con 22 jonrones en 117 juegos. Después de pasar otro año en la Liga Mexicana de Béisbol, el regiomontano fue reclutado por los Dodgers en 1957. Así se unió a los St. Paul Saints de la American Association en 1958. Contando con 30 años, Montemayor bateó para .212 con 13 jonrones.

Felipe cruzó la frontera de un lado a otro durante las próximas dos temporadas, terminando en México para jugar los últimos ocho años de su ilustre carrera en el béisbol profesional. Ahí se convirtió en el primer pelotero firmado por los Broncos de Reynosa en 1963. También rompió un récord en la Liga de Nicaragua, donde dejó marcador de 21 jonrones con el equipo Oriental de Granada en la temporada de 1960.

Los registros muestran a Felipe Montemayor con un promedio de bateo de .250 de por vida y con 133 jonrones en 1,682 juegos. En México, bateó .293/.340/.504 con 621 carreras, 133 jonrones y 593 carreras impulsadas en 3,209 turnos al bat. Obtuvo 93 bases por bolas y alcanzó los dos dígitos en dobles, triples y jonrones en 1956, conectando 26 jonrones en 1965. En 1949, había empatado en el liderato de la Liga con 13 triples.

A sus 40 años, Felipe renunció a la vida de jugador y se convirtió en instructor y periodista deportivo en su natal Monterrey, Nuevo León. Como reconocimiento a su destacada carrera en el béisbol profesional, tanto los Sultanes de Monterrey como los Venados de Mazatlán retiraron de sus filas el número 13 en honor al llamado ‘Clipper Mexicano’. De igual forma, Montemayor fue ingresado al  Salón de la Fama del Béisbol Mexicano en el año de 1983.

Sin duda inspirados por sus grandes hazañas, ocho regiomontanos han logrado seguirle los pasos hasta Ligas Mayores: Héctor Torres y Carlos ‘Bobby’ Treviño (1968), Alex Treviño (1978), Édgar González, Óscar Villarreal y Juan Cerros (2003), Jorge De la Rosa (2004), así como Ramiro Peña (2009). Mucho tienen que agradecer todos ellos a aquel chico que un día se dijo a sí mismo: “no se pierde nada”. ¡Un gran saludo a esta leyenda del béisbol mexicano!