De rojo se tiñe el pasto del Estadio Universitario
Al rojo vivo se pusieron las cosas para los Tacuarineros de Culiacán a unos cuantos días de la Navidad de 1945. Lejos estaban ya las dos semanas en las que la escuadra rosalina había logrado alcanzar el tan anhelado primer lugar en el scoreboard de la primera temporada de la Liga de la Costa del Pacífico (1945-1946).
El club oscilaba por aquellos momentos entre el segundo y tercer lugar, a partir de la derrota sufrida en Hermosillo durante el debut de Bob Lemon en la sexta serie del torneo. A pesar de la tenacidad de su manager estrella, Manuel Arroyo, habían muchos problemas en la escuadra. Las grandes luminarias del pitcheo del club – entre ellos, Alfonso “La Tuza” Ramírez, Guadalupe “Lupe” Ortegón y Manuel “Negro” Morales – simplemente no habían podido repeler los ataques de Guaymas y Mazatlán en las series anteriores, mientras que la artillería tacuarinera – que consistía de figuras como David “Llorona” Ocampo, Blas “Máscara” Guzmán, Gilberto “Gilillo” Villarreal y el mismo Manuel Arroyo – estaba pasando por muy mala racha.
El rol de juegos de la semana anterior los había enfrentado a su rival acérrimo, Mazatlán, con malos resultados – 2 juegos perdidos y un empate – y la actual serie los ponía nuevamente contra los porteños durante cuatro juegos.
Por otro lado, el equipo rojo, los Venados de Mazatlán, había tenido una sensacional campaña hasta el momento, manteniendo una distancia no mayor a dos juegos del primer lugar en las primeras 6 series y colocándose en el primer lugar desde el término de la séptima. Era un equipo muy fuerte, conformado por jugadores de la talla del cubano Manolo Fortes – su manager –, Guadalupe Ríos, Manuel Magallón, Vinicio García, Memo Garibay, así como uno de los más recordados jugadores del equipo porteño de todos los tiempos, Daniel “Coyota” Ríos (17/Dic/1919 – 04/Dic/2002).
Rojos fueron también los colores que arroparon a este legendario pitcher en 10 de las 13 temporadas de la Liga de la Costa del Pacífico (1945-1958), con Ríos cubriéndose de gloria en 110 juegos con esta escuadra.
Nacido en Beeville, Texas, un 17 de diciembre de 1919, Daniel Ríos – también conocido como “La Coyota” en referencia al postre tradicional a base de harina y piloncillo que se degusta en Sinaloa y Sonora – fue uno de los jugadores más icónicos del club mazatleco.
Mucho se ha escrito sobre este gran protagonista del béisbol de la costa del Pacífico Mexicano, pero lo que quizás pocos sepan es que también era compadre de un singular jugador y umpire – el inolvidable Claudio Solano –; que contrajo nupcias con una doncella de la Realeza Mazatleca – la señorita Rosa María Olmeda, Reina del Carnaval y de los Juegos Florales de Mazatlán de 1947 y con quien concibió cuatro hijos: Irma, Daniel, Rosa María y Baltazar –; y que de milagro se salvó de participar en la llamada Tragedia de Linares – como veremos en otra entrega y en la cual publicaremos el testimonio del inmortal Barney “Grillo” Serrell, recogido de un libro que recién acaba de llegar a nuestras manos.
Fue a los 19 años de edad que Daniel Ríos fue invitado a participar en la Liga Mexicana de Béisbol (LMB) con el equipo Comintra de Manuel Oliveros, quien lo fichó durante su tiempo como jugador amateur en su natal Texas. En este circuito, Ríos se convirtió en una incomparable leyenda con el equipo de Monterrey, escuadra con la cual jugó de 1941 a 1952 y donde se hizo acreedor del record de más victorias de un pitcher mexicano para un solo club (176 de los 180 juegos ganados que tuvo en la LMB).
Jugó además por un tiempo en Ligas Menores con los Yakima Bears (1953 y 1954) de la Western National League (Clase A), así como con Cananea (1955, 1956), Mexicali (1956 y 1957) y Yuma (1956) de la Arizona-Mexico League (Clase C), pero aún a pesar de todo esto, los buscadores de Grandes Ligas jamás tocaron a su puerta. No obstante, “La Coyota” se convirtió en parte del imaginario del béisbol nacional gracias a sus grandes triunfos en una carrera que se extendió por más de 25 años – como el famoso duelo de pitcheo con “El Monstruo” Max Lanier, del cual se hablará también en otra ocasión –.
En el béisbol invernal del Pacífico Mexicano, “La Coyota” se convirtió en el primer pelotero en ser nombrado Jugador Más Valioso, con récord de 10 victorias, 72 ponches y una efectividad de 2.36 en el centro del diamante – y ésto sólo en su primer año en esta liga –. Fue el mismísimo Don Teodoro Mariscal quien desde 1943 lo trajera a Mazatlán – junto con Armando “Indian” Torres y Ramón “El Profesor” Bragaña –, para propiciar la rivalidad con Culiacán en las series que había pactado con el “Pachuco” Villa antes del comienzo de la Liga de la Costa.
Las hazañas deportivas de Ríos conquistaron las mentes y corazones de muchos en el viejo circuito invernal. Como aquel primer juego de la novena serie frente a Culiacán el viernes 21 de diciembre de 1945, cuando Ríos logró derrotar al gran pitcher jalisciense, Alfonso “La Tuza” Ramirez, con marcador de 4 carreras sobre 3. Roja fue la estela que dejaron los Venados de Mazatlán en su paso por la registradora en el Estadio Universitario de Culiacán, misma que pisaron en 12 ocasiones en el tercero de la serie y ante la mirada atónita de Manuel “Negro” Morales, quien se llevó la derrota aquella mañana del domingo 23 de diciembre y con un Culiacán que sólo pudo responder con 5 carreras.
A pesar de haber ganado el segundo de la serie por paliza (10-3) – gracias a la muy loable labor de “Lupe” Ortegón –, las cosas no pintaron mejor para Culiacán en el cuarto y último juego de la serie. En éste, fue el mismísimo Daniel Ríos quien asestara el golpe de gracia a la ofensiva de Culiacán con marcador de 3 por 2, llevándose nuevamente “La Tuza” Ramírez el descalabro.
“Things fall apart; the center cannot hold” (“Todo se deshace; el centro no puede sostenerse”) fueron las sombrías palabras escritas por William Butler Yeats como respuesta a la grave crisis que el autor irlandés veía asomarse al término de la Primera Guerra Mundial y en plena pandemia de la gripe española. La derrota tras la novena serie de la novel liga caló en lo más profundo a la directiva de Culiacán. Rojo fue el color del rostro de Enrique Peña Bátiz al darse cuenta de que los Tacuarineros – el equipo bajo su dirección – habían sido relegados al último lugar de la tabla.
Tristemente, Culiacán había sido víctima de su más terrible adversario en este torneo y difícil sería ahora salir del hoyo en el que se había metido. A pesar de que la gran novena de Arroyo había tenido excelentes actuaciones a la altura de esta justa deportiva, el lamentable descenso de la capital sinaloense comenzaba a convertirse en una innegable realidad…