«Aquí, en México, soy un hombre»

Fue el mismo Monte Irvin quien lo dijera: “…Fue uno de los shortstops más hábiles que jamás haya existido. Tenía velocidad en las bases. Bateaba con poder y consistencia. Fue uno de los jugadores más duraderos que he conocido”. Sin embargo, pocas personas en los Estados Unidos han oído hablar de este jugador, mejor conocido en México como ‘El Diablo’.

Mucho antes de que Jackie Robinson rompiera la barrera del color en el béisbol americano, Willie Wells ya jugaba pelota profesional y con tanta calidad que su talento lo llevó a conocer países como Cuba, Puerto Rico, Canadá y México. A lo largo de su carrera, Wells jugó con estrellas blancas, así como con todos los grandes de Ligas Negras, como Satchel Paige, Josh Gibson y Buck O’Neill, entre otros. Incluso llegó a ser mentor del mismo Jackie Robinson durante el ascenso de éste a Grandes Ligas.

Wells llega con patines bien puestos a Ligas Negras

Willie nació en una familia de cinco un 10 de agosto de 1906. Mientras su padre, Lonnie Wells, era portero de Pullman, su madre, Cisco White, era ama de casa y lavaba ajeno para ayudar a mantener a la familia. El joven creció en Austin, Texas, en una época en que la ciudad contaba sólamente con 22,000 habitantes. Cuando era joven, Wells frecuentaba el Dobbs Field en Austin, donde jugaban los equipos de béisbol afroamericanos.

‘Biz’ Mackey, receptor de los San Antonio Aces, se hizo amigo de él y lo comenzo a llevar a los partidos gratis, dejándolo sentarse en la banca con el equipo. Ahí, observando, aprendió los secretos de su futuro oficio. Estando en la Anderson High School, Wells perfeccionó sus habilidades. Continuó sus estudios en el Sam Huston College de Austin, pero dejó la escuela cuando los St. Louis Stars le ofrecieron $300 USD al mes para jugar béisbol profesional.

Siendo novato, a Wells le tomó tiempo lograr pegarle a la bola curva. Sin embargo, con el paso del tiempo, a Wells se le conocería como uno de los mejores para batear este lanzamiento. Se ponchaba muy rara vez, y como muchos otros, era muy selectivo con el tipo de bates que utilizaba, insistiendo en un pesado modelo hecho a base de nogal.

A pesar de ser un primerizo en Ligas Negras, con frecuencia se le encontraba entre los líderes del circuito en promedio de bateo, dobles, jonrones y bases robadas. Aunque siempre fue colocado como segundo al bat, a Wells se le conocería como un bateador de poder. Fue así como en 1929, el campocorto bateó 27 jonrones en 88 partidos, estableciendo un récord de una sola temporada que nunca se rompería en la historia de las Ligas Negras. Su amigo más cercano en St. Louis era el veloz jardinero James ‘Cool Papa’ Bell, con quien a menudo jugaba a las cartas para pasar el tiempo en los viajes por carretera. Impulsados por las habilidades de Wells y Bell, el St. Louis ganó los campeonatos de 1928, 1930 y 1931.

Wells era famoso en las paradas cortas. Su oponente, Judy Johnson, dijo de él: “parecía que tenía patines puestos”. Sin embargo, mientras Willie jugaba para el St. Louis, sufrió una lesión en el brazo que lo obstaculizó por el resto de su carrera, pero se las ideó para hacerle un agujero en la palma de su guante para permitirle deshacerse de la pelota más rápidamente. “Lo que le faltaba en fuerza en los brazos lo compensaba con sabiduría”, recordó Monte Irvin. “Era muy inteligente jugando contra los bateadores. Muy rara vez alguien golpeaba una pelota a la que él no podía llegar.”

La Gran Depresión en Estados Unidos obligó a los Stars de St. Louis a retirarse en 1931, por lo que Wells pasó errando de un equipo a otro, aterrizando finalmente en Chicago, donde jugó tres años para los Chicago American Giants. Con la ayuda de Wells, Chicago ganó el título en 1933. Al año siguiente, los fanáticos votaron a Wells como el campocorto titular en el Juego de Estrellas Este-Oeste inaugural, un concurso anual en el que eventualmente haría ocho apariciones a lo largo de su carrera.

Wells llega como un Diablo a la Liga Mexicana

En 1937, Wells abandonó Chicago para unirse a los Newark Eagles, un talentoso equipo propiedad del jugador Abe Manley y de su esposa, Effa. Luego llegó el salto más allá de la frontera sur de Estados Unidos. Invitado por Jorge Pasquel, Wells se unió a los Azules de Veracruz de la Liga Mexicana en 1940, después de que Newark se negara a cumplir con su demanda salarial. Alineando con estrellas como Josh Gibson, Ángel Castro, Martín Dihigo, Lázaro Salazar, Ray Dandridge, Santos Amaro, Ramón Bragaña, Leon Day, ‘Cool Papa’ Bell, Fermín ‘Burbuja’ Vázquez y Héctor ‘Comadre’ Leal, entre otros, Wells fue parte del equipo considerado por muchos como la mejor novena de todos los tiempos en la Liga Mexicana de Béisbol.

Siendo el mejor bateador del equipo campeón de 1940, Wells fue un éxito inmediato en México. Fue en esta época en que la afición mexicana comenzó a llamarlo ‘El Diablo’. Sin embargo, aprovechando la oferta para ser manager-jugador, Wells se reincorporó a Newark en 1942. Ahí, siendo víctima de un pelotazo del pitcher Bill Byrd, Wells se convirtió también en el primer hombre en usar un casco protector de bateo en la historia del béisbol, al presentarse al siguiente día usando un casco de construcción.

Después de sólo un año en Newark, Wells regresó a México. «Una de las principales razones por las que regresé a México es porque aquí he encontrado libertad y democracia, algo que nunca encontré en Estados Unidos», dijo Wells al diario Pittsburgh Courier.  «No sólo recibo más dinero jugando aquí, sino que vivo como un rey… Me tildaron de negro en los Estados Unidos y tuve que actuar en consecuencia. Todo lo que hacía, incluso jugar a la pelota, estaba regulado por mi color. Ni siquiera me daban una oportunidad en las Grandes Ligas porque era negro; sin embargo, aceptaban a todas las demás nacionalidades. Bueno, aquí en México, soy un hombre. Puedo llegar tan lejos en el béisbol como sea capaz de ir.»

Durante sus cuatro veranos en México (1940, 1941, 1943, 1944), Wells bateó para .323, jugando con el Veracruz (1940, 1941,1944), con el Tampico (1943) y con los Diablos Rojos del México (1944).

Wells llega a ser el Jugador Más Valioso en Cuba

En el invierno, Wells pasaba su tiempo en La Habana, donde se convirtió en uno de los mejores jugadores de la historia de la Liga Invernal Cubana. Bateó para .320 en siete temporadas en la liga (1928-1930 y 1935-1940), ganando dos títulos de jonrones. En la temporada 1929-30, Wells fue nombrado Jugador Más Valioso (MVP) después de batear para .322 y llevar al Cienfuegos a su primer título de la liga. Diez años más tarde ganó su segundo trofeo MVP, bateando .328 para Almendares, equipo ganador en esa temporada.

Wells regresó a Newark como manager-jugador para una última temporada en 1945. Muchos de los jóvenes jugadores que entrenó – como Monte Irvin, Larry Doby y Don Newcombe – se convirtieron más tarde en estrellas de Grandes Ligas. Abandonó el equipo en 1946 tras una disputa con el dueño, Abe Manley, por lo que los siguientes años pasó sus veranos con equipos en Nueva York, Baltimore y Memphis, llegando a ser compañero de su propio hijo, Willie, Jr.

En el crepúsculo de su carrera, Wells se fue a Canadá para la Liga Manitoba-Dakota, una liga independiente integrada, retirándose en 1953. Después de su retiro, Wells se estableció en Nueva York, donde trabajó en una tienda de delicatessen en Manhattan por 13 años. Después se mudó a su ciudad natal de Austin para cuidar de su madre enferma, pasando los últimos años de su vida viendo béisbol por televisión y jugando dominó en la barbería de su vecindario.

Wells llega tarde a Cooperstown

Con la ola de entronizaciones de estrellas veteranas de Ligas Negras en los 70s del siglo pasado, Willie Wells vio muy de cerca la posibilidad de llegar al Salón de la Fama en Cooperstown junto a otros grandes de este circuito. Una carta escrita por él a su hermano un 26 de septiembre de 1972 revelaba con gran emoción su esperanza de ser elegido por el comité de veteranos. Lamentablemente, Wells no vivió para ver ese día. Padeciendo de ceguera, el viejo pelotero falleció de una insuficiencia cardiaca por complicaciones de la diabetes un 22 de enero de 1989 a los 82 años, sin saber que Cooperstown le cumpliría su anhelado sueño 8 años más tarde, un 3 de agosto de 1997.