Tú Eres el Culpable
¿POR QUÉ QUIERES LO QUE QUIERES?
¿Qué tan bien se conoce usted mismo?¿Sabe usted por qué es como es? ¿Sabe usted por qué quiere lo que quiere?
Según Wheeler (2012) y Birchwood et al (2008), las culturas familiares son el principal factor que sustenta la propensión de un individuo a practicar un deporte o a ser fiel fan de un club deportivo. Wheeler investigó el contexto familiar de ocho jóvenes deportistas en Gales, Reino Unido. Los resultados del estudio revelaron que existen culturas deportivas en las familias que son transmitidas de padres a hijos. Según la investigadora, los padres tienen objetivos específicos en relación con la participación deportiva de sus hijos y emplean una serie de estrategias y prácticas para lograr estos objetivos. Esto quiere decir que nuestro interés por un deporte o nuestro desinterés por otro dependen en gran medida de nuestro entorno familiar. Sin duda, los padres ejercen una influencia palpable en nuestras preferencias.
A-ROD Y LA AUSENCIA DEL PADRE.
Es bien sabido que la influencia de los padres se extiende más allá de nuestros gustos por un deporte. Los seres humanos nacemos completamente indefensos. Sin la protección de un adulto, los bebés no sobreviven a la falta de comida y refugio. Al crecer, la protección que ofrece el padre no sólo significa mantener a los hijos alejados de todo peligro, sino enseñarlos a protegerse a sí mismos. Según los psicólogos, una fobia no se combate protegiendo al paciente de las situaciones que le causan ansiedad, sino colocándolo en situaciones en las cuales él mismo se enfrente, con las debidas precauciones, a sus miedos.
Es el padre quien nos ayuda a perder el miedo – como al momento de aprender a conducir un auto, andar en bicicleta o jugar béisbol –. Según Mark Banschick, también es el padre el que nos ayuda, con su ejemplo, a prepararnos para nuestras relaciones futuras, para ser exitosos en el terreno laboral o incluso, para desarrollar nuestra capacidad para distinguir el bien del mal. Los padres nos preparan para ser hombres y mujeres de bien en este mundo.
Hace algunos meses leímos un artículo publicado por The New York Times en torno al ligamayorista Alex Rodríguez. La pieza se titula “Thrown by Life’s Curveballs, a Star Missed the Signals” y fue escrita por George Vecsey. Dicho artículo trata sobre la debacle del también llamado ‘A-Rod’ tras haber dado positivo a la prueba anti-doping en uno de los mayores escándalos de Grandes Ligas de los últimos años.
El artículo no se trata precisamente de béisbol, sino de la influencia que ejerce un padre sobre sus hijos. Según Vecsey, Rodríguez estaba convencido de que la ausencia de su padre durante sus años de formación afectó profundamente su desarrollo. Vecsey basa su argumento en una entrevista hecha a ‘A-Rod’ hace muchos años. Aparentemente, el padre de Alex desapareció un día, y su madre tuvo que hacerse cargo de todo.
«Papá nos dejó cuando tenía 9 años», dijo Rodríguez a Bob Finnigan de The Seattle Times en la primavera de 1998. «¿Qué sabía yo en ese entonces? Pensé que iba a volver. Pensé que había ido a la tienda o algo así. Pero nunca regresó. … Todavía duele».
«Después de un tiempo, me mentí a mí mismo», siguió Rodríguez. «Traté de decirme a mí mismo que no importaba, que no me importaba. Pero las veces en que estaba solo, a menudo lloraba. ¿Dónde estaba mi padre?».
Hoy en día existen muchas familias encabezadas por madres solteras. Sin embargo, el reto de criar a un hijo adolescente con sólo una madre como guía es muy grande. Tradicionalmente, los hijos varones no siempre ceden ante sus madres. Un padre – o en su ausencia, un modelo masculino a seguir – le enseña a un joven cómo contener su agresión y a canalizarla para algo bueno. El buen ejemplo que da un padre a su hijo se traduce de muchas maneras: el joven ve en su padre a alguien responsable, lleno de dignidad y poder; ve cómo su padre no engaña o golpea a una mujer; ve cómo su padre se enorgullece de trabajar duro y de tratar a la gente de manera justa; ve cómo su padre distingue claramente entre lo que es correcto y lo que no lo es.
Vecsey afirma que Rodríguez carecía de un padre que lo ayudara a diferenciar entre el bien y el mal. Quizás tuvo algún padrastro, maestro o entrenador que le enseñara la disciplina, pero aparentemente a nadie quien le enseñara las consecuencias de tomar el camino fácil y de romper las reglas. Nadie sabe si la hipótesis de Vecsey es acertada, pues en esa época, muchos peloteros profesionales se fueron también por la vía de las drogas diseñadas para aumentar su rendimiento. Sin embargo, el sentido de culpa y de responsabilidad provienen de un fuerte sentido de lo que es correcto. Inculcar este sentido le corresponde al padre.
Al final de cuentas, todos somos los únicos responsables de nuestros actos, pero tener la mochila llena de las herramientas necesarias para afrontar la vida es una gran ventaja. Usted, ¿de qué herramientas está llenando hoy la mochila de su hijo? Esta pregunta me la hago a mí mismo.
UN ABRAZO HASTA EL CIELO.
Al principio se nos caía la pelota, pero él siempre estuvo ahí una y otra vez para corregir nuestra técnica. Nos enseñó a colocarnos el guante de manera apropiada y a ponernos en la posición indicada para atrapar la esférica, así como para lanzarla sin hacer movimientos bruscos que nos lastimaran. Fue ‘Gilillo’ Villarreal – nuestro ‘papá viejo’ – quien siempre estuvo ahí para pasar tiempo con nosotros y compartir con sus nietos/hijos su pasión por el Rey de los Deportes. Debido a él, en nuestra casa se hablaba siempre de eventos cotidianos usando expresiones de béisbol. Cuando mi ‘mamá chiquita’ nos hacía algo rápido para comer, lo hacía “de pisa y corre”; cuando mi abuelo daba un fallo final a un conflicto entre familiaries, significaba ésto el fin de la discusión, “y alégale al umpire”; cuando llegábamos con algunos minutos de retraso a una reunión, “llegábamos barridos”; y si contábamos algo sumamente gracioso, siempre había alguien en nuestra casa que dijera “te volaste la barda”.
Seguramente nuestra familia no es la única en la que ocurren estas cosas. Son los padres los culpables de que desarrollemos algunas aficiones, especialmente el cariño que muchos le tenemos al béisbol. Como en el caso de muchos de nosotros, fue nuestro padre el que sembrara en nuestra fértil mente infantil el deseo de jugar este deporte y la devoción que hoy le tenemos a nuestro equipo local. Agradezco a la vida haber tenido dos padres – a mi progenitor y a mi ‘papá viejo’ –. Yo vivo en un país donde el béisbol no ocupa el lugar privilegiado que tiene en la sociedad mexicana. Compartirlo con mis hijos me acerca más a la vida que dejé atrás en México y a los tantos bellos recuerdos de mi infancia. De esto eres culpable, ‘Gilillo’. Te envío un abrazo fuerte hasta el cielo en tu día.
Muchas felicidades a todos los padres de familia y un saludo muy especial a todos aquellos que inculcan la cultura de béisbol y la disciplina del deporte en sus hijos. Algún día ellos se lo agradecerán eternamente.
Esta columna va con dedicatoria especial a la memoria de Sonia Lorena Magallón, buena amiga nuestra e hija del legendario Manuel Magallón. Que Dios la tenga en Su Santa Gloria.