El Hombre Más Afortunado

Aunque ambos hombres eran increíblemente talentosos en el campo, los llamados ‘Home Run Twins’ de los Yankees no podrían haber sido de personalidades más diferentes. George Herman ‘Babe’ Ruth Jr. (06/Feb/1895 – 16/Ago/1948) era un espíritu libre y temerario y a menudo desafiante de la autoridad. Carismático y amante de la diversión, Ruth amaba ser siempre el centro de la atención. Por el contrario, Henry Louis Gehrig (19/Jun/1903 – 02/Jun/1941) era modesto y reservado, y evitaba llamar la atención. Dadas estas diferencias, parecía poco probable que ambos se convirtieran en grandes amigos – aunque su relación se tornó con el paso de los años muy complicada –.

Al principio, Ruth se convirtió en el mentor de Gehrig. Era tanta la admiración de Lou Gehrig por Ruth, que éste llegó a pensar que nunca podría llegar a su nivel. “Babe Ruth es el único verdadero bateador de jonrones que ha vivido…”. “Soy afortunado de estar incluso cerca de él”, eran frases que Gehrig decía muy a menudo y sin reservas en sus entrevistas. Compartiendo confidencias, viajando e intercambiando consejos de bateo, pescando y jugando al golf juntos, Ruth y Gehrig deberían haberse acercado más con el paso de los años durante su estadía con el equipo de los Yankees. En cambio, se separaron, y la relación entró en un período de distanciamiento, misma que llegó a tal grado que dejaron de hablarse.

Según una investigación de Paul Hoffmann, la relación dio un giro completo un 4 de julio de 1939, cuando Ruth puso fin a su largo antagonismo al pasar su brazo alrededor de Gehrig y abrazarlo durante una ceremonia en honor a su viejo amigo. La ocasión era el ‘Día de Apreciación de Lou Gehrig’, mismo que marcaría el día de su retiro del béisbol profesional tras haber sido diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) – una enfermedad degenerativa mejor conocida en nuestros días como ‘la enfermedad de Lou Gehrig’ –. Frente a 61,808 almas que llenaron ‘La Casa de Ruth Construyó’, la despedida de Gehrig del Béisbol de Grandes Ligas fue enmarcada con un partido doble frente a los Senadores de Washington y en el cual los Yankees llevaban ya 12.5 juegos de ventaja del segundo lugar – los Boston Red Sox –.

Mientras Gehrig se vestía frente a su casillero previo al evento, algunos de sus antiguos compañeros de equipo pasaron a saludarlo, como Mark Koenig, Wally Schang, Herb Pennock, Wally Pipp, Bob Shawkey, Benny Bengough, George Pipgras, Tony Lazzeri, Earle Combs, Joe Dugan, Waite Hoyt, Bob Meusel, Everett Scott y Wally Pipp – siendo éste último el antecesor de Gehrig en primera base antes del año de 1925 –. Ruth aún no había llegado al evento y todos se preguntaban si se aparecería para despedir a Gehrig. ‘El Bambino’ llegó a tiempo a la ceremonia vistiendo un traje color crema y luciendo bronceado y descansado. A fines de la década de 1930, Ruth había subido a 270 libras y estaba comenzando a experimentar algunos problemas de salud propios.

En el primer partido, los Senadores anotaron dos carreras en la primera entrada. El lanzador derecho de Washington, Dutch Leonard (8-2), hizo gala de sus habilidades, limitando a los Yankees a seis hits y anotando un sencillo productor en la sexta entrada. Por los Yankees, el pitcher derecho Monte Pearson (7-2) se llevó la derrota, con Nueva York logrando una sola carrera en la tercera entrada y otra en la novena mientras que los Senators se llevaban el partido por cuenta de 3-2.

Entre juegos, se instaló un grupo de micrófonos detrás del plato para la ceremonia en honor a Lou Gehrig. Sid Mercer, decano de los reporteros que cubrían a los Yankees, fungió como maestro de ceremonias del evento. El alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, expresó el aprecio de la ciudad por el servicio que Gehrig había brindado a su ciudad natal. El alcalde elogió a Gehrig como “el mayor prototipo de buena deportividad y civismo”. El Director General de Correos, James Farley, también presente, concluyó sus comentarios con la frase: “durante las generaciones venideras, los niños que juegan béisbol señalarán con orgullo su récord”.

Ruth luego tomó un turno en el micrófono. Aunque su relación había sido problemática, Ruth nunca guardó rencor y parecía feliz de reunirse con su viejo amigo. En su propio estilo jocoso, Ruth dio su opinión sin reservas de que los Yankees de 1927 eran mejores que los de la edición de 1939. A esto Ruth añadió: “En 1927, Lou estaba con nosotros, y digo que fue el mejor club de béisbol que jamás hayan tenido los Yankees.”

Sid Mercer luego presentó a Gehrig a la gran multitud que asistía y a los millones que escuchaban en las radios de todo el país. Con la cabeza gacha, Gehrig permaneció en silencio hasta que le susurró algo en privado a Mercer, quien volvió al micrófono y le dijo a la multitud y al público que escuchaba: “Lou me ha pedido que les agradezca a todos por él. Está demasiado emocionado para hablar.” La respuesta al comentario de Mercer fueron cánticos de “¡Queremos a Gehrig!” en todo el estadio.

Mientras continuaban los cánticos, Gehrig sacó un pañuelo de su bolsillo, se secó las lágrimas y se acercó a los micrófonos una vez más. Con la cabeza gacha, habló lenta y uniformemente mientras pronunciaba el discurso de despedida más memorable en la historia del béisbol profesional:

“… durante las últimas dos semanas han estado leyendo sobre mi mala suerte. Sin embargo, hoy me considero el hombre más afortunado sobre la faz de esta tierra. He estado en estadios de béisbol durante diecisiete años y nunca he recibido nada más que amabilidad y aliento de parte de la afición.”

“Miren a estos grandes hombres. ¿Quién de ustedes no consideraría lo mejor de su carrera asociarse con ellos aunque sea por un día? Claro que tengo suerte. ¿Quién no consideraría un honor haber conocido a Jacob Ruppert? Además, ¿al constructor del imperio más grande del béisbol, Ed Barrow? ¿Haber pasado seis años con ese maravilloso amigo, Miller Huggins? ¿Luego haber pasado los siguientes nueve años con ese destacado líder, ese inteligente estudiante de psicología, el mejor mánager en el béisbol de hoy, Joe McCarthy? Claro que tengo suerte.”

“Cuando los New York Giants, un equipo por el que darías tu brazo derecho para vencer, y viceversa, te envía un regalo, eso significa mucho. Cuando todos, hasta los jardineros y esos muchachos con batas blancas, te recuerdan con trofeos, eso significa mucho. Cuando tienes una suegra maravillosa que se pone del lado tuyo en tus disputas con su propia hija, eso significa mucho. Cuando tienes un padre y una madre que trabajan toda su vida para que puedas tener una educación y desarrollar tu cuerpo, es una bendición. Cuando tienes una esposa que ha sido una torre de fortaleza y ha demostrado más coraje del que soñaste que existía, eso es lo mejor que conozco.”

“Así que termino diciendo que puede que haya tenido un momento difícil, pero tengo mucho por qué vivir.”

Ruth se conmovió hasta las lágrimas con el discurso de Gehrig. Gehrig se acercó a estrechar la mano de su viejo amigo, pero éste lo abrazó, poniendo fin a la larga y mezquina enemistad entre ellos. Era la primera vez que Gehrig esbozaba una sonrisa en todo el día.

Después de la ceremonia, Gehrig regresó a su casillero, donde vio al lanzador derecho de los Yankees, Steve Sundra, quien estaba programado para abrir el siguiente partido del día. Gehrig fue a Sundra y le dijo: “Gran Steve, gáname el segundo juego, ¿quieres?”.

Sundra (5-0) entregó un juego completo de seis hits y los Yankees anotaron seis carreras en las primeras tres entradas ante el lanzador derecho novato venezolano Alex Carrasquel (4-6) hacia una victoria de 11-1. Selkirk marcó el ritmo del ataque de bateo de los Yankees con tres hits, incluido un jonrón, mientras que el segunda base Joe Gordon impulsó cuatro carreras para los Yankees. El jardinero derecho Taffy Wright anotó la única carrera de los Senadores con un jonrón en la segunda entrada.

Dos años más tarde, un 2 de junio de 1941, Lou Gehrig murió en su casa como consecuencia de su grave enfermedad y a sólo unos días de celebrar lo que sería su cumpleaños número 38. Al enterarse de la noticia del fallecimiento de Gehrig, Ruth y su esposa Claire, fueron de los primeros en ir a su casa para darle el pésame a su mujer, Eleanor Gehrig.

Lejos de todos los trofeos, los reconocimientos o las riquezas que lleguemos a conseguir en esta vida, los mejores regalos que uno puede obtener son el amor y la amistad que reciprocamos con los demás.