El Alacrán Tumbando Caña
Eran los últimos días de 1945, año que marcó un antes y un después en la Historia Mundial y que vio a la otrora capital del mundo moderno, Europa, en ruinas; que fue testigo de la aterrorizante devastación provocada por la bomba atómica y sus secuelas; y en el cual germinó la semilla del sombrío período conocido como la Guerra Fría. 1945 fue también el año que vio nacer a las dos superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Rusia, mismas que incluso hasta hoy en nuestros días se disputan el control de las reservas energéticas más abundantes del planeta.
Los habitantes del Pacífico Mexicano, con el desapego generado por la falsa ilusión de seguridad con la que observaban estos acontecimientos desde la distancia, ya le habían dado una vuelta de página al asunto y estaban listos para celebrar el Año Nuevo. Con el entusiasmo a flor de piel, en el Abelardo L. Rodríguez se escuchaba un coro de 3,000 voces cantando las estrofas del son habanero: “Oye colega no te asustes cuando veas… Oye colega no te asustes cuando veas… al alacrán tumbando caña… al alacrán tumbando caña…” mientras el protagonista de esta entrega, el legendario pitcher y toletero Julio Alfonso, cobraba una víctima más con gran habilidad desde el centro del diamante.
Era la décima serie en la primera temporada de la Liga de la Costa del Pacífico (1945-1946). La última serie había enviado a los Tacuarineros de Culiacán al sótano (PCT: .440), mientras Hermosillo (PCT: .481) lograba defender el segundo lugar en el tablero. Mazatlán, el líder (PCT: .640), se había hecho de una cómoda ventaja de 4 juegos sobre el segundo lugar, mientras que Guaymas continuaba en la parte baja del scoreboard (PCT: .444), en el tercer lugar.
Muchos dicen, incluyendo el autor de Moneyball, Michael Lewis, que el éxito de un equipo a la defensiva depende casi por completo de las habilidades del pitcher – y no necesariamente de la habilidad de los demás jugadores –, mientras que, en la ofensiva, de la capacidad de los bateadores de embasarse – y no tanto de su porcentaje de bateo –. Julio Alfonso fue un jugador que lo tenía todo: no sólo era uno de los más reconocidos pitchers del béisbol en la Liga de Sonora y en la Costa del Pacífico, sino también un bateador muy efectivo – tan así que él mismo relataba cómo en 1946 conectó ¡tres triples seguidos en un solo juego..! con los Ostioneros a un equipo de Tucson, Arizona –.
Con un talento así, los Tacuarineros no tuvieron oportunidad contra Guaymas en la décima serie del torneo. En los tres juegos de la misma – celebrados los días sábado 29 y domingo 30 de diciembre en el puerto sonorense –, los Ostioneros se llevaron la victoria por limpia. El score en el primero fue de 5 carreras por 2; el segundo concluyó con un 4 a 3; y el último envió a Culiacán a casa con paliza de 10 a 5. La victoria de inmediato colocó a Guaymas de Zaragoza a 3.5 juegos de Mazatlán (PCT: .621), logrando empatar con Hermosillo en el scoreboard con PCT: .500.
Con la derrota, Culiacán empeoró su situación (PCT: .379), ahora a 7 juegos del líder. No era la primera vez que los Tacuarineros caían ante el pitcheo de Julio Alfonso. Ya en el partido inaugural de la liga, el cubano se ganó un lugar entre los grandes con su victoria por blanqueada – la primera del torneo – de 2 a 0 en el Estadio Universitario.
Oriundo de Sierra Morena, Cuba, pero convertido en hijo adoptivo y pilar del deporte en Guaymas, Julio Constantino Alfonso Alfonso (12/Abr/1921 – 21/Ene/2014), abandonó la isla siendo un pelotero amateur en búsqueda de hacer realidad su sueño como beisbolista profesional. Según el gran Jesús Alberto Rubio Salazar, el alacrán cubano llegó a tierras mexicanas por Mérida, Yucatán, un 17 de noviembre de 1944, donde pronto fue invitado a las “Estrellas de Yucatán” en la Liga Peninsular. Movido por la escena cultural de la capital mexicana, el chico se transladó a la Ciudad de México, donde conoció a Héctor “La Comadre” Leal, quien, bajo órdenes de Don Florencio Zaragoza, lo invitó a participar con el que se convertiría en el equipo de sus amores, reportándose a éste un 4 de febrero de 1945.
Era la segunda temporada del la Liga de Sonora, y el novato ganó el partido del campeonato a Empalme para convertirse en el pitcher campeón del torneo con 12-3, siendo este logro el heraldo de una larga carrera de éxitos con este club – mismos que incluyen, entre otros, el trofeo de 1947-1948, donde brilló con un 12-5 junto con Aurelio Espericueta (7-3 y 2.04) y Theolic Smith (11-4 y 2.33) –. Jugó también en otras escuadras, como los Azules de Veracruz (1947), los Potros de Tijuana (1950, 1951), los Mineros de Cananea (1954, 1955), los Yaquis de Nogales (1955), así como los Saraperos de Saltillo (1956).
Fue también en ese puerto sonorense donde Julio Alfonso conoció a su esposa, Luz Ortega, cuando ésta trabajaba en una agencia de Carta Blanca, la cual se ubicaba cerca de la casa de huéspedes donde él vivía. Poco le tomó a aquel hombre alto, moreno y bien parecido para conquistar el corazón de la joven. Con ella tuvo tres hijos – Julio de Jesús, María Celia y Luz María –. Con luz propia brilló el primero en el deporte que hizo famoso a su padre, llegando a ser considerado como gran prospecto para Ligas Mayores. Lamentablemente, la carrera del joven pelotero de Naranjeros de Hermosillo se vio truncada a los 23 años de edad, víctima de un tumor cerebral que, se dice, se produjo por una herida mal atendida producto de un pelotazo recibido en la cabeza. Cuando se pierde a los padres, uno se convierte en huérfano, pero en Español no existen palabras para describir la pérdida de un hijo.
Aún a pesar del gran dolor, Julio Alfonso siguió trabajando a favor del béisbol en su hogar por elección. Después de su retiro como beisbolista profesional – allá por 1960 –, la leyenda cubana trabajó para el el Estado de Sonora por 30 años, convirtiéndose en maestro de educación física, así como colaborador de los periódicos sonorenses, El Imparcial y El Regional. También fue anotador oficial de los Ostioneros de Guaymas hasta que éstos abandonaron la Liga Mexicana del Pacífico.
Tal fue la influencia que ejerció sobre el béisbol de Guaymas, que la sociedad del famoso puerto sonorense decidió rendirle un homenaje en los 90s, bautizando a la Unidad Deportiva Municipal con su nombre. El Profesor Julio Alfonso falleció en enero de 2014, no sin antes recibir una miríada de reconocimientos, como el de la Asociación de Cronistas Deportivos de Sonora (ASOCRODES) en 2002, donde fue acreedor al Premio al Mérito junto a Ramón “Paletas” González y Alejandro “Cabezón” Uriarte.
Las hazañas deportivas de este gran pelotero trascienden a su ausencia física y lo convierten en un ejemplo más de todos aquellos hombres ilustres que se atreven a salir de su patria en búsqueda de un sueño, mismo que alcanzan con arduo trabajo, dedicación, y entregando a la sociedad mucho más de lo que reciben.