A ‘Gilillo’ en el Día del Padre

Éste es el primer día del padre que nos vemos obligados a celebrar en tu ausencia. Triste e inesperada fue tu partida, la cual no sólo sacudió a la comunidad sinaloense, sino que también dejó una grave herida en nuestra familia y que aún no hemos podido cerrar. Hoy en este, tu día, te recuerdo y hago honor a tu memoria no con el dolor lacerante de la tristeza, sino con la fresca y jovial alegría que tanto inspiraste y que le regalaste a muchos a lo largo de tu vida.

Hoy no quiero hablar de béisbol, de sus ídolos o de las hazañas deportivas del hombre quien ha inspirado la creación de esta columna. Hoy quiero hablar del hombre detrás del béisbol y de su rol como padre. Pues padre no es sólo aquél que nos trae a este mundo, sino quien se quita el pan de la boca para ofrecérselo a sus hijos; padre es el que paga por la educación de sus nietos sin tener la obligación de hacerlo; el que vende su propia casa para darle techo a sus descendientes. Padre también es aquél que saca del orfanato a otros niños sin familia y los cría como si fueran suyos; el que convierte a la madre soltera en parte de su familia y al hijo de ésta en su ahijado y lo educa junto con su única hija; o padre también es el entrenador deportivo que no sólo encamina y orienta a cientos de jóvenes, sino que también los apoya económicamente cuando éstos no tienen para comer. Todas éstas acciones trascienden el tiempo y ocupan un lugar muy especial en el corazón de muchas personas que tuvieron la dicha de conocerte.

No hay más escuela para padres que la que uno tiene en su propia casa y por fortuna yo tuve dos en la mía: la de mi papá biológico, a quien no sólo le debo la vida, sino también el amor por la lectura, el interés por la ciencia, así como la voluntad para abandonar la ciudad natal en búsqueda de un reto; y la escuela de mi “papá viejo”, de quien he aprendido el valor de la disciplina y la generosidad, la voluntad heróica de hacer frente a las adversidades, la sabiduría para escuchar y seguir el llamado de tu propia vocación – sin importar hacia dónde ésta te lleve o qué sacrificios sean necesarios –, así como la responsabilidad – piedra angular de tu vida –. Si bien dice la voz popular que una vida sin responsabilidades es una vida mal vivida, entonces tú tuviste la mejor de todas.

Y es que como buen padre que eres, nos enseñaste a volar, a pesar de que nunca volamos tu vuelo; nos enseñaste también a soñar, aunque nunca soñáramos tu sueño. Difícil debió haber sido para tí tener que aceptar que, al final, ninguno de nosotros decidió dedicarse a lo que tú más amabas. A pesar de ello, tuviste siempre la sabiduría para no imponer tus deseos, sino para apoyarnos en los nuestros. En tí radica la naturaleza arquetípica del padre, que lo distingue de la madre: mientras la madre nutre y protege, el padre apoya, incentiva, reta y prepara para la vida.

Ciertamente dejaste un vacío en mi vida, que desde tu partida he pretendido llenar con fotos viejas, recortes y efemérides que recojo del célebre Alfonso Araujo Bojórquez, del amable caballero Jesús Alberto Rubio Salazar y del gran investigador Manuel de Jesús Sortillón. Busco y escribo tu historia no sólo como un homenaje, sino con el egoísta afán de insuflarte vida eterna y de encapsular en una botella la esencia de tu alma – etéreo y fino perfume cuyas moléculas se disipan al contacto aire –, porque en mi necio egocentrismo, me niego impetuosamente a aceptar tu ausencia física. Sin embargo, reconozco que, en realidad, lo que hago es tan frívolo como la abrumadora labor de todo aquel que torpemente pretende unir las mil piezas de la botella que la gravedad de nuestra existencia rompió. Jamás lograré contar tu historia como merece ser contada, como tú mismo la viviste, pues siempre le harán falta piezas a la botella. Me angustia pensar en que muchos de esos grandes momentos y experiencias que tú viviste con todos tus amigos dentro y fuera del diamante se hayan perdido para siempre en el tiempo, pues ya no queda hoy nadie más para contarlos.

Sin embargo, en esta búsqueda por conocer tu historia, mientras camino entre la región de sombras que aparecen entre la luz y la total oscuridad, he logrado comenzar a dibujar toscamente los contornos del retrato de aquel “Gilillo” que nuestros padres y abuelos tanto admiraban. Cuando se trata de la propia familia, a menudo cometemos el injusto error de tomar muchas cosas por sentado. Tonto fue de mi parte creer que yo te conocía bien, pues hay tantas cosas extraordinarias que he aprendido sobre tí y sobre tu historia en casi un año de ausencia que en toda una vida juntos.

Durante mi investigación, no sólo he llegado a reanudar el contacto con viejos amigos de mis años de formación – como Salomón Gaxiola, Carlos Castro, Pedro Jiménez y Miguel Ángel Valle –, quienes me han abierto caminos y ofrecido palabras de aliento, sino que he logrado conocer a grandes personas que me han ofrecido información y anécdotas deportivas, pero sobre todo el regalo de su amistad, como lo es el caso de Manuel Arroyo Jr., Leopoldo Petriz Manjarrez, Cesáreo Suárez Naranjo, Jesús Alberto Rubio Salazar, Jesús Zazueta Quintero, Ronaldo Camacho Durán, Gilberto Dihígo, Guillermo Gastélum Duarte, Adrián López Ortiz, Juan Veledíaz Álvarez, David Velázquez Robles y Francisco de Asís Solís Reátiga – con quien tengo una gran deuda de agradecimiento por sugerirme iniciar esta columna y ofrecerme este sitio: sateliteonline.mx, para hacerlo –, así como a muchísimos más que no puedo mencionar hoy por falta de espacio. Te fuiste, y en tu ausencia, me otorgaste la amistad de toda esta gente que yo jamás hubiera conocido.

No sólo vives en nuestros corazones o en cada rincón de nuestra casa, sino también en la memoria de todas las personas que tuvieron la dicha de conocerte. ¡Qué orgullo saber que hay tanta gente en nuestra comunidad que te respeta, te recuerda y te quiere tanto! Llegaste a este mundo sin nada y lo dejas colmado de riquezas.

Nos uniste más como familia, aún a pesar de la amplia brecha que extiende el océano que nos separa. Con tu ejemplo, nos enseñaste que el éxito en la vida se mide más allá de cualquier valor económico o material. Por ello y por muchas cosas más, padre mío, te celebro hoy en tu día. ¡Sólo espero llegar un día a ser al menos una fracción del padre que has sido para mi mamá, mi papá, mi hermano y para mí! Una merecida felicitación y los mejores deseos de nuestra parte a todos los padres hoy en su día.