Mi Casa es Su Casa

El reloj marca las 6 de la mañana y los organizadores comienzan a inquietarse. – ¡Ya deberían haber llegado! –, se oye murmurar nerviosamente entre las voces de los ahí presentes. Francisco Salazar Quiroz, Secretario de Gobierno, llama a los anfitriones a guardar la calma. – No se desesperen, – insiste el político – en cualquier momento aparecen –.

Minutos más tarde, asomándose lentamente por los cerros y procedente de Tucson, Arizona, el tren de la compañía Sud-Pacífico hace su arribo. El comité respira con alivio. Pese a sus tardanzas, el ‘chacuaco’ es aún el mejor medio de transporte disponible para las dos delegaciones procedentes de las remotas ciudades del este de los Estados Unidos, Pittsburgh y Philadelphia.

Entumecidos por el largo viaje, los pasajeros descienden casi a gatas del tren. Después de la obligada ronda de saludos y de la sesión de fotografías para capturar el gran momento, el comité organizador lleva a ambas delegaciones a visitar los áridos paisajes de la tierra del Pitic – hoy Hermosillo – de principios de los años 40s del siglo pasado. Viajamos a una época en la cual la capital de Sonora está conformada por menos de 20,000 habitantes. Muchas de las calles están aún sin pavimentar. Modestas son las construcciones de las casuchas situadas a las afueras de la ciudad. A lo lejos se escuchan los campanazos de la iglesia llamando a sus feligreses.

Los organizadores, constituidos por Don Manuel Puebla, Alfonso Hoeffer, Eloy Martínez, Francisco Martínez Ruiz, Rafael Treviño, Alfonso García, Felipe A. Seldner, Ramón Corral Jr., Ignacio Soto y Manuel Lucero – entre otros –, guían a los representantes de Pittsburgh y Philadelphia a la Hacienda Alameda. Ahí los invitan a degustar la típica barbacoa sonorense – en ese tiempo, nos dicen, la carne asada no era el popular platillo que es hoy –. Después de concluida la recepción, los visitantes son transportados a su hotel, donde se hospedan en sus habitaciones para descansar antes del gran evento.

Ahora es la tarde del domingo 31 de marzo de 1940. El sol brilla sobre ‘La Casa del Pueblo’, el complejo deportivo más importante de la ciudad de Hermosillo. De acuerdo con las exigencias de los americanos, el comité organizador ha tomado medidas para acondicionar el recinto de acuerdo a las necesidades del evento. El parque, sin pasto y sin iluminación artificial, no contaba con las medidas apropiadas, por lo que el patronato se encargó de gestionar con el Gobernador Anselmo Macías Valenzuela la ampliación del terreno de juego y del área de graderías – mismas que, según comparte el historiador José Rómulo Félix Gastélum, “se cayeron a la fregada” el mismo lunes después del evento –.

Desde muy temprano, aficionados y curiosos se hacinan en las taquillas para intentar adquirir entradas para el partido. Los precios oscilan entre los $3 pesos (sol) y $10 pesos (gradas preferente), pero la población está dispuesta a pagar lo que sea con tal de ser parte del histórico momento. Hay incluso algunos que realizan el tortuoso viaje por carretera desde otros pueblos y rancherías de Sonora para estar presentes.

No es para menos, pues en este preciso domingo, Hermosillo pasa a la historia al convertirse en la primera ciudad en todo México – y según insiste Félix Gastélum, en todo el mundo – en ser anfitriona de un juego de exhibición entre dos equipos de Grandes Ligas en territorio extranjero. Con ello, la hoy desaparecida ‘Casa del Pueblo’ – conocida después como ‘Estadio Fernando M. Ortiz’ en honor a uno de los mayores impulsores del béisbol en Sonora – será siempre recordada como el primer parque mexicano en recibir al mejor béisbol del mundo – una tristeza, en verdad, la decisión de demolerla –.

Representando a la Liga Nacional, los Piratas de Pittsburgh cuentan con el manager Frankie Frisch, mientras que por la Liga Americana, los Atléticos de Philadelphia son comandados por el famoso Connie Mack. A Frankie Frisch no sólo se le conoce por su maestría en las paradas cortas, sino también por su poder al bat. Macaneando arriba de .300 en sus últimas seis temporadas con los Gigantes, en 1921 lidera la Liga Nacional con 48 robos de base. Con los Gigantes gana la Serie Mundial de 1921 y 1922, logros que sin duda le otorgaron un lugar en el Salón de la Fama de Cooperstown en 1947.

Connie Mack es un pelotero que no necesita introducción. Manager, tesorero y co-propietario de los Atléticos de Philadelphia, dirige al equipo de sus amores de 1901 a 1950 – siempre vestido de traje, por cierto –. En 1937 ingresa al Salón de la Fama en Cooperstown en su segunda edición.

Los dos timoneles no son los únicos miembros de Cooperstown en estar presentes en la cita de Hermosillo. Con los Bucaneros viene también uno de los mejores short stops de la historia del béisbol. Se trata de Honus Wagner, ‘the Flying Dutchman’, ya en su etapa como coach. Jugador estelar en las primeras dos décadas del Siglo XX, fue parte de la primera generación de peloteros en ser ingresados al Salón de la Fama en Cooperstown (1936). Acompañándolo está Arky Vaughan, reconocido por sus 14 temporadas en Grandes Ligas (1932-1948) con los Piratas de Pittsburgh y los Dodgers de Brooklyn y elegido al Salón de la Fama en 1985.

Por los Atléticos de Philadelphia está también Al Simmons, famoso por conectar 307 jonrones y 2,000 hits a lo largo de su carrera (porcentaje de bateo de por vida: .334). Su fama lo lleva a ser elegido en el puesto número 43 de los mejores jugadores de béisbol de la historia del béisbol por la revista The Sporting News (1999) y a ser parte de los inmortales de Cooperstown en 1953.

Con la visita de tales estrellas en ‘La Casa del Pueblo’, no es de extrañarse que el parque esté a reventar. 3,500 personas están reunidas en el recinto, sin incluir a las 7,000 almas hacinadas en el Parque Madero. Los muchos que no alcanzan un lugar o viven demasiado lejos para presenciar el momento, deben conformarse con la emisión por radio – misma que se convierte en la primera transmisión de un juego de béisbol en la historia de Sonora – a través de la XEBH, radiodifusora fundada en Hermosillo desde hace 4 años. La narración del partido corre a cargo de Roberto Salazar Dávila (Español) y Jesús Astiazarán (Inglés), ambos sin gran experiencia, pero con mucha energía.

Son las tres de la tarde. El Gobernador de Sonora, Anselmo Macías Valenzuela, se para sobre el montículo, listo para hacer el lanzamiento de apertura. Al mismo tiempo, Don Manuel Puebla se coloca el guante de catcher, mientras que el mismo Honus Wagner toma un bate para abrir el partido como en los viejos tiempos. Llega el tiro del Gobernador… y es strike. La multitud ahí reunida le aplaude. El manager Connie Mack estrecha su mano, y acto seguido, ambos se retiran a sus respectivos asientos. Detrás del home plate, de la voz del recordado umpire Tony Ahumada se escucha el grito de guerra: ¡Playball! El juego ha comenzado.

Desde el comienzo del encuentro, Philadelphia toma la delantera con 3 carreras en la primera entrada y 2 en la tercera, castigando al lanzador bucanero Mace Brown. Los Piratas responden con una carrera en la cuarta entrada, seguida de un rally de 5 carreras en el quinto eposodio, poniéndose a la ventaja ante la mirada atónita del pitcher Herman Besse. Pero las cosas no permanecen así por mucho tiempo, pues los Atléticos empatan el juego al cierre de la quinta entrada con una carrera más. El sexto episodio termina sin pena ni gloria para ambas escuadras mientras la multitud permanece en silencio.

Dando pelea al equipo de Connie Mack, los Piratas anotan una carrera más en la parte alta de la séptima entrada, recobrando nuevamente la ventaja. La felicidad les dura poco tiempo, pues al cierre de la octava entrada, los Atléticos anotan 2 carreras más, luego de que el pitcher Ray Harrell entregara la base por bolas a Al Simmons y a Eddie Collins con las bases llenas. Ya la parte alta del noveno episodio es puro trámite. ¡Los Atléticos de Philadelphia ganan el encuentro con marcador de 8-7 a su favor!

Así concluye el primer encuentro en México de dos equipos de Grandes Ligas. Un evento muy poco recordado, pero que impactó profundamente a la sociedad sonorense. Tras este partido, la gente juega más al béisbol en barrios, calles y plazas de la ciudad.

Viendo esto, muchos empresarios comienzan a embarcarse en la aventura de fundar una liga profesional de béisbol en Sonora. Personajes como el profesor Francisco ‘Viejo’ López Palafox y el recordado hombre de negocios, Fernando M. Ortiz, logran convocar a empresarios de Hermosillo, Empalme, Cananea y Ciudad Obregón para ofrecer al público la Liga de Sonora en el verano de 1942. Dicha liga es puesta en pausa por dos años, pues, estando el país en plena Guerra Mundial (1939-1945), el Gobernador Macías Valenzuela se compromete a financiar un avión bombardero para la Escuadra 201 en apoyo al esfuerzo bélico.

Con el arribo del General Abelardo L. Rodríguez a la gobernatura de Sonora, la pasión por el béisbol vuelve a florecer en 1944 de la mano de Ortiz, López y Puebla, y en 1945, Sonora da otro gran salto para el desarrollo de este deporte con la fundación de la mítica Liga de la Costa del Pacífico (1945-58) – precursora de la actual Liga Mexicana del Pacífico –, un proyecto mucho más ambicioso y que traspasaría las fronteras de la entidad.

Reunidos en el Hotel Moderno de la capital sonorense, los representantes de Hermosillo (Fermando M. Ortiz y Juan Chávez Echegoyén), Guaymas (Florencio Zaragoza Moreno), Culiacán (Enrique Peña Bátiz) y Mazatlán (Teodoro Mariscal) acuerdan un 6 de junio de 1945 la fundación de la legendaria liga, misma que haría su debut un 27 de octubre de 1945 en el Estadio Universitario de Culiacán y en la famosa “Casa del Pueblo”. El resto es historia.