El Largo Camino del Yaqui

EN HONOR AL PUEBLO YAQUI.

Cada 12 de octubre, los mexicanos nos dedicamos a maldecir el día que marcó el encuentro entre dos mundos – ocurrido hace casi 530 años –, negando cualquier valor histórico y exigiendo remover todas las estatuas de aquel capitán genovés autor de esta serendipia. Nos rasgamos las vestiduras, profesando respeto y solidaridad con los pueblos originarios – culturas que romantizamos –, al mismo tiempo que denunciamos el auténtico genocidio del cual fueron víctimas a manos de países europeos. Con orgullo, denominamos como “guerreros aztecas” a todos aquellos que nos representan en justas deportivas a nivel internacional – véase Julio Urías – y relatamos con entusiasmo a nuestros hijos el mito de la fundación de Tenochtitlan – representada en forma dramática en el escudo de nuestra bandera nacional –, y aún así nos atrevemos a mirar con desdén, indiferencia e incluso desprecio a los hijos – nuestros parientes – que el gran pueblo oriundo de Aztlán dejó en el noroeste mexicano durante su largo camino hacia la tierra prometida.

Los Yaquis – o Hiakis – no sólo son el nombre de uno de los equipos de béisbol más representativos de la Liga Mexicana del Pacífico, sino también uno de los pocos pueblos americanos que nunca se dejaron doblegar por la corona española durante el humillante período colonial. Los Yaquis, como los describe Paco Ignacio Taibo II, son también sombras: “desaparecen y aparecen, raras veces tienen cara, emigran masivamente y se desvanecen en la nada”. Son gente con voz firme – el nombre de esta etnia significa “personas que hablan fuerte” (misma observación que, dicho sea de paso, nos hacen los capitalinos a los norteños) – y viven organizados en los márgenes del Río Yaqui en 8 pueblos del Estado de Sonora: Bácum, Cócorit, Belem, Güírivis, Pótam, Ráhum, Tórim y Vícam – territorios que les fueron ratificados por el General Lázaro Cárdenas hasta 1940 –.

“No puedes ver el futuro con lágrimas en los ojos” anota Taibo II en su libro dedicado al pueblo Yaqui, aquel trágico protagonista de la más larga lucha armada en la historia de México (de 1867 a 1909), misma que culminara con un genocidio en nuestras tierras, orquestado no por países imperialistas con ambiciones piráticas, sino por mexicanos. En un nefasto suceso que recuerda a la escena de la cinta del director ruso Elem Klimov de 1985, “Иди и смотри” (en inglés, “Come and See”) – véala bajo su propio riesgo –, el ejército mexicano de 1868 encerró en una iglesia y asesinó con fuego y balazos a más de 100 hombres, mujeres y niños (logrando unos 350 detenidos escapar de la matanza), todos desarmados. Las cosas se pondrían mucho peor durante el Porfiriato, cuando los Yaquis fueron objeto de abierto etnocidio, deportación y esclavitud bajo la solapa del Gobierno Mexicano. Algunos sobrevivientes emprendieron el largo camino desde las haciendas henequeras de Yucatán – donde eran explotados por los amigos del régimen – hasta Sonora, logrando ásí regresar a su tierra prometida. También combaten del lado de los revolucionarios en 1910 – quienes les prometen sus tierras a cambio de su apoyo en el conflicto bélico – pero al término de ésta son ignorados. Sin duda, la capacidad del ser humano de hacer el mal es universal y atemporal. No es de extrañarse que los Yaquis apoden como “yoris” (los que no respetan) no sólo a blancos, sino también a criollos y mestizos.

La influencia Yaqui está impresa en muchos aspectos de la cultura y sociedad sonorenses. Muchos caminos y lugares han sido denominados haciendo referencia a este pueblo y a sus representantes, como aquel municipio llamado en honor a José María Leyva – mejor conocido en Sonora como Cajeme –.  Mientras tanto, en los deportes, existe además del equipo homónimo de Ciudad Obregón un parque en la Unidad Deportiva “Profr. Julio Alfonso” de Guaymas, mismo que orgullosamente lleva el nombre de otro ilustre “Yaqui” – Alfredo Ríos Meza –, quien fuera reconocido por muchos como el mejor segunda base de todo México.

EL YAQUI MÁS FAMOSO DEL BÉISBOL MEXICANO.

Nacido un 24 de agosto de 1932 en el barrio de Punta de Arena en la llamada “Perla del Mar de Cortés”, desconocemos si este gran pelotero tuviera sangre Yaqui. Lo que sí sabemos es que su mote se originó durante su niñez en la escuela “Julio Villa” – donde llegó a cursar hasta el cuarto grado de educación primaria –. A esta escuela asistía siempre acompañado por sus amigos: ocho niños miembros de la tribu Yaqui cuyos padres trabajaban en una fábrica curtidora de pieles cerca de su casa. Como muchos otros grandes, comenzó jugando béisbol en los baldíos de su ciudad natal con bats de palo, guantes de lona y pies descalzos. Al igual que Barney Serrell, usaba sus ratos libres para practicar lanzando la pelota contra la pared de su casa y atrapándola de rebote – con todo y el reclamo de sus vecinos –. Fue el mismo Don Florencio Zaragoza quien, después de verlo jugar con un trapo amarrado en la mano, le regalaría su primer guante nuevo. El chico, entre lágrimas, atesoró no sólo el guante sino también este recuerdo en su corazón.

Rápidamente, el guaymense supo destacar en este deporte. Formó parte de la selección Sonora en 1952, mientras que al año siguiente, representando a su estado, contribuyó para que el equipo fuera Campeón Nacional en Hermosillo, Sonora. Después fue seleccionado para participar en el Mundial Amateur de Caracas, Venezuela en 1953 – donde impuso récord de 51 lances sin cometer error y donde además fuera considerado como el mejor segunda base amateur del planeta –.  En ese mismo año, asistió a los Juegos Centroamericanos de la Ciudad de México, siendo más tarde firmado por los Cardenales de San Luis, quienes lo asignaron al club de las Águilas de Mexicali. En 1954 fue firmado por los Mineros de Cananea de la Liga Arizona-Texas (1954) y Arizona-México (1955), donde jugó por tres temporadas y fue campeón en una (1955).

En su paso por la Liga Mexicana de Béisbol, conectó 2 mil 41 hits, figurando en equipos como los Sultanes de Monterrey – jugando con ellos en 12 temporadas y siendo campeón en 1962 –, los Diablos Rojos del México – también campeón en 1968 –, el Unión Laguna y los Tigres capitalinos. Fue en esta liga donde, según menciona Fernando Villa Escárciga, pegó más de un hit cada cuatro veces al bat durante mil 860 juegos.

En el béisbol invernal, “Yaqui” Ríos fue llamado por Guillermo Garibay para integrarse a los Venados de Mazatlán, donde fue elegido como el Novato del Año de la Temporada 1953-1954, siendo campeón en dos torneos (1953, 1954). Posteriormente se unió a los Ostioneros de Guaymas, ayudando al equipo a ganar cinco campeonatos (1958, 1959, 1962, 1965 y 1968). Pasó después con los Yaquis de Ciudad Obregón – quienes en 2017 lo entronizaron en la Salón de los Inmortales del Club tras ayudarlos a conquistar el campeonato (1966) y su récord de 110 doble plays con dupla de Jorge Fitch – y con los Cañeros de Los Mochis. Terminó su carrera como jugador activo en su natal Guaymas, club en el que, como nos recuerda Jesús Alberto Rubio Salazar, también realizó la hazaña de ser ponchado sólo una vez en 169 turnos legales durante la segunda temporada de la Liga Invernal de Sonora (1959-1960).

Desde muy joven fue para todos claro que “El Yaqui” Ríos tenía madera para Grandes Ligas – con sólo 22 años, fue firmado en 1954 por los Senadores de Washington, quienes lo enviaron a su sucursal de Corpus Christi, en Texas –, pero como él mismo reveló en entrevista con Fernando Villa Escárciga: “los güeros eran muy desgraciados y me trataron mal, como lo hacían con cualquier mexicano, negro o asiático”. Como a muchos otros peloteros que probaron suerte en el otro lado, los americanos lo hicieron comer en traspatios de cocinas, dormir en muladares y usar otros bats que no fueran los de sus compañeros blancos. Es universal y atemporal – insistimos – la  malevolencia del corazón humano. Pero él no tenía ninguna necesidad de permitirles esta falta de respeto. Sin pensarlo mucho, Ríos Meza se despidió del “mejor béisbol del mundo” para emprender el largo camino hacia el país donde se convertiría en uno de los grandes.  

“Todos los caminos son iguales: no llevan a ninguna parte”, le dijo el sabio viejo Yaqui, Don Juan, al escritor Carlos Castañeda. “Un camino es sólo un camino. Si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a tí mismo, y a tí solo, una pregunta: ¿tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero [un camino] tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro te debilita.”

El pelotero sonorense se decidió por el “camino con corazón”. Dicho camino lo condujo hacia un lugar entre los Inmortales del Béisbol Mexicano un 13 de julio de 1990, hacia una liga que hoy lleva su nombre – la Liga Municipal de Béisbol en Guaymas – y hacia un parque en el cual las futuras generaciones de este deporte conocerán por siempre su legado y su nombre.