El Conde de San Luis
Un grito de dolor se oye en el corazón de la calle Morelos. Proviene de la voz de aquel niño, que pasaba sus ratos de esparcimiento jugando sobre la azotea de su casa. Se encuentra en el suelo, sollozando mientras hace una mueca de dolor al apretarse la muñeca. En la vecindad recibe la asistencia médica de una sobadora de profesión. “Me sobaron, pero ya no quedé bien”, le confesaría al cronista Manolo Herrera décadas más tarde.
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